sábado, 13 de noviembre de 2010

DESTRUYENDO OLLANTAYTAMBO






Hace un un tiempo idicamos que no nos cansaríamos en nuestro próposito de defender nuestro patrimonio cultural material e inmaterial. No quisiéramos hacerlo, nos agradaría no referirnos al tema, pero lamentablemente tenemos que ser reiterativos por que el daño que se sigue haciendo es digno de un pueblo bárbaro que no conoce su pasado y por supuesto no se proyecta al futuro.

Nos llenamos la boca diciendo que Ollantaytambno es “la ciudad inca viviente”, participamos en concursos queriendo nombrarla como una maravilla, pero no hacemos nada por conservarla, mas bien hacemos todo lo necesario para destruirla. Cada año deterioramos la traza inca del pueblo, los muros incas son revestidos con cemento, mientras que otros son derribados aprovechando la noche y culpando a las lluvias, mientras las autoridades encargadas de proteger se hacen de la vista gorda y no quieren ganarse antipatías. De que vale una denuncia policial o judicial que no prospera, que se queda en los anaqueles de algún burócrata?
En Ccoscco Ayllu, vemos a diario como se construyen dinteles de concreto sobre las portadas incas, como se edifican hoteles arrasando hermosos muros, mientras que en Araccama, los muros de adobe son destruidos o cubiertos por bloquetas de cemento.


Ya es tiempo de terminar con la incuria de nuestras autoridades y que no se siga destruyendo Ollantaytambo, el Cusco y tantos otros monumentos como el Molino de Acomayo, donde las pinturas de Tadeo Escalante estan en camino a desaparecer.

Nunca será suficiente la inversión que se realice en proteger el patrimonio cultural y si hay que poner guardianes las 24 horas del día, debemos hacerlo. No será gasto, será inversión que nuestros descendientes lo agradezcan.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

El quechua "muere de vergüenza"

Este es un pase de nuestro wayki Claudio Usandivares

Por Javier Otazu - EFE Reportajes, 05/11/2010

El quechua pierde terreno en su propia casa. La lengua más hablada de América tras el español, pierde hablantes en Perú.

Pese a que se publique más que nunca, el gobierno lo enseñe en escuelas públicas y sea ahora posible encontrar una oferta de academias que enseñan esta lengua andina el quechua muere de vergüenza. Sus propios hablantes bajan la voz para admitir que conocen el idioma de los incas, y los niños se mofan de quienes no saben expresarse en castellano.

A lo largo del siglo XX el porcentaje de quechuahablantes no ha dejado de reducirse, y el último censo de 2007 solo el 13,2 por ciento de la población confesaba tener el quechua como primera lengua de comunicación.

El quechua se habla en Ecuador, Bolivia, Colombia, Argentina y Chile, pero es en Perú donde se concentra la mayor parte de sus usuarios (entre tres y cuatro millones), localizados en las regiones montañosas del centro y el sur del país, que también son las más pobres.

Quechua para expandir la religión

Fue la lengua que utilizaron los Incas para unificar su imperio, y la Iglesia Católica lo comprendió de inmediato: en su tarea evangelizadora, adoptó el quechua para expandir la religión y se debe a los curas católicos la publicación de los primeros diccionarios y gramáticas en esa lengua.

El declive del quechua comienza con la rebelión indigenista de Tupac Amaru, sofocada en 1781: tras aquella fecha, la Corona española comienza a reprimir al quechua, y las nuevas elites criollas, muy hispanizadas, no hacen mucho por mejorar el estatus de la lengua autóctona.

"Hay muy poca autoestima: el que habla quechua se avergüenza y cree que es mejor hablar castellano. Las muchachas llegadas a Lima de la montaña reniegan de su idioma", explica Demetrio Tupac Yupanqui, una autoridad reconocida en la preservación del quechua, tras dedicar toda una vida (y tiene más de ochenta años) a luchar por ella.

Marcial Mamani, un obrero de la construcción, tiene 37 años y es de los que no se avergüenza, pero cuenta su experiencia con sus hijos: "Yo les enseño a mis niños y me dicen: no me hables como los abuelos. No quieren aprender quechua, dicen que en la escuela se ríen de ellos".

Marcial vive y trabaja en Coparaque, un pueblito del Valle del Colca donde el quechua ha sido la lengua vehicular durante siglos pero se aprecia la fractura generacional: los ancianos hablan en quechua, los adultos alternan quechua y castellano y los niños que juegan en las calles ya no quieren hablar sino en español.

El Valle del Colca, donde llegan más de 100.000 turistas anuales, ha sabido mantener muchas de sus tradiciones en música o indumentarias, pero va perdiendo su lengua, y ni siquiera la Iglesia Católica, antaño gran difusora de esta lengua, ofrece ya sus misas en la lengua autóctona.


Las élites respetan el quechua

En Cabanaconde, una de las dos poblaciones principales del valle, el párroco es argentino, y solo cuando va a confesar a las viejitas solicita los servicios de un traductor quechua-castellano, como nos cuenta con orgullo el Hermano Néstor, que es quien escucha y traduce los secretos de las ancianas.

Podría decirse, paradójicamente, que el quechua gana respeto entre las elites que nunca lo hablaron, como quedó de manifiesto con la película peruana "La teta asustada", ganadora del Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín y hablada en quechua y castellano.

Pero su protagonista, Magaly Solier, también cantante en la lengua andina, confesó que ella fue educada en castellano, y solo su empeño por aprender a cantar los "huaynos" andinos hizo que su madre aceptara enseñarle también el quechua.

Tupac Yupanqui ha tenido entre sus alumnos a Eliane Karp, esposa del ex presidente Alejandro Toledo, a la hija de Alberto Fujimori o al ex alcalde de Lima Alfonso Barrantes, pero lamenta que el pueblo quechuahablante padezca de "muy baja autoestima".

El anciano ha traducido al quechua el Quijote, y ahora está enfrascado en un Tratado de Neuropsiquiatría encargado por una universidad estadounidense "para entender a los loquitos andinos" -bromea-, pero la realidad es que nadie consigue un trabajo si no domina el castellano.

El gobierno peruano ha hecho a su modo los deberes: ha capacitado con distintos cursos de lengua a funcionarios del ministerio de Justicia, de Agricultura o de la Mujer que vayan a servir en zonas andinas, al tiempo que ha implementado un programa de Educación Bilingüe Intercultural que enseña su lengua a más de 235.000 niños en la enseñanza primaria.

El director de este programa se llama Modesto Gálvez, quien reconoce que hay un movimiento incipiente entre las elites culturales para perder lo que él llama "la vergüenza lingüística", pero nada puede hacer contra la presión histórica, social, política y económica de la sociedad para castellanizar.

"El castellano tiene más prestigio social, es la lengua de la gente culta, y esto lleva a la marginación y exclusión de quien no lo habla bien", sostiene.

Es cierto que la cultura de las montañas peruanas ha invadido los "conos" (barrios periféricos) de Lima y ciertas fiestas y símbolos andinos están ahora presentes en la vida urbana, pero ello no ha ido acompañado por un resurgir de la lengua.

Modesto Gálvez lo resume de manera muy gráfica: "El quechua ha ido retrocediendo sin parar: primero de la calle a la casa, y después de la casa a la cocina".


Tomado de : http://noticias.latam.msn.com/pe/peru/articulo_efe.aspx?cp-documentid=26187327

domingo, 7 de noviembre de 2010

El Cholo Nieto en sus 100 años


Continuando con nuestro homenaje a los 100 años del poeta Luis Nieto Miranda, reproducimos la nota de Federico Garcia Hurtado publicada en el número 104 de la Revista Parlante--------------------------------------------------------------------------------


Recordando el centenario del nacimiento del poeta cusqueño Luis Nieto Miranda, Parlante publica esta evocación escrita por el cineasta Federico García Hurtado, realizador, entre otras películas, de Túpac Amaru. Este artículo formará parte del libro Ayataki: Canción de los muertos, escrito en coautoría con Pilar Roca y que verá la luz el próximo mes de noviembre.

Siempre he sostenido que un poeta pertenece a la estación más alta de la condición humana. Él es capaz de observar el pasado con ojos de iluminado, sentir la fuerza raigal que nutre las generaciones. El otea el porvenir e intuye las rutas por donde caminarán los pueblos para cumplir sus grandes ciclos. En tal sentido, un poeta es un augur y también un vidente. Es el representante cabal de un pueblo y expresa su tiempo y su generación con mayor plenitud que un gobernante. Un político es transitorio, naturalmente con excepciones; un poeta, si es verdaderamente un poeta, alcanza la eternidad en la memoria colectiva de las naciones. Si no fuera por Homero, poco sabríamos de la historia primitiva de Grecia, es decir, de la cuna misma de Occidente. Sin los «harawis» que han sobrevivido a la catástrofe y que la gente repite en la intimidad de sus recuerdos, tendríamos poca o ninguna percepción de la textura real e inmaterial de nuestro pueblo. Los poetas son, pues, necesarios para que la humanidad permanezca, para que la diferencia que nos hace distintos, perteneciendo todos a la especie humana, sea perceptible y haga que unos y otros tengamos una memoria diferenciada. Los poetas son rostro y memoria de la gente.

El «Cholo» Luis Nieto Miranda perteneció a la mayor escala de la condición humana. Era un poeta nato, un poeta más allá de los poemas y los libros. Su presencia llenaba con mucho el panorama cabal de su ciudad. Él era el alter ego del «Qosqo». No se podía concebir la ciudad abuela de América sin aquel rostro tallado en piedra viva, aquella melena flameante, aquel andar cansino como de viento cordillerano que transitaba por las calles de la ciudad. Gran parte del siglo XX -su siglo- fue llenada por este hombre que encarnó, como pocos, la grandeza y la eternidad de su tierra. Y no creáis que estas palabras sean retórica vacua dictada por el afecto. ¡No! Cualquiera que lo haya conocido, quien haya disfrutado de su charla erudita, de su bonhomía, del cálido solaz de su biblioteca, del café caliente o el caldo de cabeza, servido por Bertha en la intimidad de su hogar, dará fe de lo que afirmo. Ir al «Qosqo» sin ver al «Cholo» Nieto era como visitar sus monumentos, ir a Qenqo o Saqsaywaman, sin palpar el alma de las piedras. Fue el indispensable anfitrión de hombres notables como Pablo Neruda, José María Arguedas o el negro Nicolás Guillén, sólo entre los que traté al cuidado de su amistad, o gentes sencillas y anónimas que deseaban aproximarse a su leyenda.

Nieto nació en Sicuani, en 1910. Tendría, de no haber ocurrido el desgraciado suceso que le arrancó la vida, 90 y tantos años de un glorioso transcurso. Todavía estaría compartiendo con sus «Cholos del alba», como solía decirnos, un vaso fraterno de cerveza en «La noche» de Barranco o en la calidez de su refugio limeño. Era grato adentrarse en el laberinto de sus recuerdos, en la evocación de sucesos notables, guiados por su mano generosa y su verbo cautivante. Era un conversador nato, aunque los sucesos que narraba y que parecía materializar con la magia de su gesto o el tono de su voz muchas veces fueran más producto de su imaginación desbocada que retratos fieles de la realidad. Recuerdo, por ejemplo, una noche de tragos largos y espadas cortas que pasamos en la hoy famosa «Catacumba» del «Ciego» Alfonso Guevara, en la ciudad del Cusco. Alucinados por la evocación del «Cholo», a quien escuchábamos con religioso silencio, casi nos tragamos el cuento de que la «Monja alférez» estaba enterrada allí mismo, de pie, como José Santos Chocano en un metro de tierra del cementerio Presbítero Maestro. Tardamos en darnos cuenta de que aquel personaje y aquella circunstancia no eran otra cosa que otro desborde de su imaginación.

Cuando lo conocí, el «Cholo» Nieto vivía en la calle Nueva Alta 500, casona de propiedad de los Rosas, antigua familia que había convertido el extenso solar en una suerte de amable condominio. Era un conjunto de casitas de una planta, amplias habitaciones, patio empedrado y añosos árboles de «kishwar» en el terraplén posterior, donde los muchachos nos divertíamos buscando «tejas» e idolillos de barro que denunciaban su abolengo incásico. Compartía el complejo habitacional, precursor de los muchos que se hicieron después, con los Arce, los Paliza, y los propios herederos del fundador en el patio principal.

El «Cholo» era por entonces Director del Departamento de Proyección Social de la Universidad San Antonio de Abad y yo, apenas un adolescente que trataba de componer sonetos y versos clásicos sin tener todavía el oído afinado para sentir la cadencia del metro y la pulsión de la rima. Habíamos formado, con otros jóvenes igualmente incinerados por el fuego de la poesía, el Ateneo literario «Carlos Augusto Salaverry» y nos reuníamos en el salón del hoy notable historiador cusqueño José Tamayo Herrera. Allí, con sendos tragos de mandarina que destilaba el dueño de casa en su fundo Tarabamba, los fines de semana dábamos lectura a nuestros versos y composiciones, con el declarado propósito de «pasar a la inmortalidad a bajo costo», como solía decirnos -entre broma y veras- el «Cholo» Nieto, eterno juez de nuestros acertijos.

Muchas vocaciones cuajaron a su sombra; los más no soportaron el obligado ejercicio de conocer la técnica para luego marchar por cuenta propia en el fácil derrotero del verso libre. El maestro no se cansaba de repetir que para ser poeta de verdad, no un simple componedor de versos, era preciso conocer la técnica, frecuentar el tropo y la metáfora, leer a los clásicos. «Si no eres capaz de componer un soneto -nos decía- es mejor que te dediques a otra cosa. Primero aprende la técnica, afina tu oído a la música de las palabras, procura contar las sílabas de memoria, antes que te pongas a escribir poesía de verdad. Hay que dominar el oficio, el arte de versificar, condición imprescindible para entender el oculto significado de la poesía». Muchos pensaban que eso de las reglas y el oficio era más bien un obstáculo para aherrojar la expresión, una suerte de camisa de fuerza. Bueno, pues, aquellos poetas en ciernes que criticaban esa manera de aproximarse a la poesía, hoy son notables juristas, buenos historiadores, y hasta presidentes de la República, pero han extraviado el camino de la gaya ciencia.

El «Cholo» Nieto ya era un hombre célebre cuando lo conocí. Diré más bien «lo traté» porque ya lo conocía en persona, pues frecuentábamos la casa de su vecino, el también inolvidable patriarca de familia, mi tío Justo Paliza Luna. Con mis primos lo mirábamos de lejos, sin atrevernos a importunar su andar pausado, cuando salía de su casa con su atado de libros bajo el brazo, camino de la Universidad. Sabíamos que era un «poeta», es decir, un hombre singular, autor de las letras del «Himno al Cusco» que solíamos cantar a toda voz en las paradas del colegio. Su fama de «wirataka», como se moteja a los comunistas en el Cusco, había traspasado la imaginación de quienes suponían a los cofrades de tan extraño culto poco menos que discípulos de Satanás. Luego se mudó a su casa de Mariscal Gamarra y yo comencé a frecuentarlo cuando ingresé a la universidad. Nos hicimos amigos rápidamente, tal vez porque intuyó que mi afición a la poesía no era gripe pasajera sino infección generalizada. Se daba el trabajo de leer mis primeras composiciones y sugerir cambios donde cojeaba el pie forzado o se tropezaba la rima. «Falta algo -me decía- esa no es la palabra, sigue buscando, tranquilízate. Haz de cuenta que vas de cacería y no encuentras el pato en la laguna, pero alista el arma, la presa aparecerá de un momento a otro, sin que la sientas, entonces afirma el pulso y dispara. En realidad un poeta no es más que un cazador de palabras» Producto de aquellas lecciones fue mi primer libro: «Lágrima blanca», que él tuvo la generosidad de patrocinar y que al salir de la imprenta festejamos como si aquel olvidado y escurridizo poemario hubiera sido el acta bautismal de un verdadero poeta.

Cuando mataron al «Cholo» yo estaba en La Habana y no me enteré del horrendo crimen sino tres meses después por casualidad. Una amiga común que había llegado del Perú me dio la noticia. Sentí realmente que había perdido un amigo, casi un padre. No pude contener el sentimiento de frustración, de cólera, que la noticia me produjo. Ambos evocamos los días luminosos de nuestra juventud, cuando el «Cholo» conmovía la ciudad con sus arengas, pues era un orador formidable, llamando a las masas a combatir, a incendiar las praderas y convertir los Andes en la Sierra Maestra de América. Repetí con la voz quebrada uno de sus poemas premonitorios que me gustaba especialmente. Aquel «Orden del día para cuando me muera», que me había encargado recitar al pie de su féretro. Yo estaba ausente cuando aquello sucedió, por mano infame que no ha sido engrilletada hasta hoy, y no pude cumplir el encargo. Repetí, pues, aquellas estrofas de memoria, con el llanto atascado en mi garganta, imaginando el vendaval de cóndores que -según él- suelen escoltar el cadáver de los poetas:

«El día que yo muera

nada de llantos, gritos ni lamentos:

un fusil centinela;

las mujeres que me amaron

hagan guardia de guerra,

que un huracán de cóndores guerreros

escolten mis canciones y banderas.

Cuando un poeta muere, amigos,

nada de llantos, nada:

Puños en alto sobre las cabezas»


Muchos, sobre todo los críticos eruditos que no conciben literatura más allá de los títulos que producen las grandes editoriales, aquellas que alimentan con sus dólares las secciones culturales de sus periódicos, han mezquinado a Nieto su calidad de poeta. Reprochan su «verbosidad» entre comillas, su falta de sindéresis, su retórica y su manera de utilizar el idioma con giros barrocos y hasta churriguerescos. Otros sancionan la eufonía del «Romancero cholo» como una suerte de aproximación desmañada a García Lorca. En el fondo no critican al poeta sino al hombre. A ese gigante a cuya sombra medraron tantas medianías. No le perdonan la materia humana de su poesía, aquella que cantó a Mariátegui, pero también a la mujer amada, a la chola de polleras encendidas cuyos muslos se escapaban de sus manos como peces en el agua. Un poeta no es sólo un componedor de versos, es una actitud, un desafío permanente, una solitaria columna de rocío, como dijo alguna vez en acertada metáfora. ¿Qué plumífero engalanado por la crítica puede alcanzar las alturas a las que llegó este poeta singular, dando ejemplo de consecuencia y viviendo siempre al borde de la quimera, como un pastor solitario en los apriscos cordilleranos? ¿Cómo negar validez a poemas tan notables como éste que repiten los jóvenes de mi tierra al oído tierno de sus primeras oyentes?:

Amor como mis sueños, mujer, ternura mía,
yo te llevo en la luz torrencial de mis versos
te siento en el remoto corazón de mis dichas
y en esta mi cosecha de trigo y de luceros.

Amo tu condición de paloma y guitarra
tu estatura de lirio, de sol y de bandera
mi corazón comprende tu presencia de lágrima
y tu desdén antiguo de lámpara viajera.

Con el poeta Nieto compartimos muchos años de combate y poesía. Amigos comunes como el inolvidable maestro Rafael Aguilar, el entrañable Guillermo Ugarte Chamorro , obligado anfitrión de sus continuas visitas a Lima, fueron testigos de su permanente vigilia en busca de un libro extraviado, de un artículo escrito por alguien y que le pareció especialmente notable. En la biblioteca del Teatro Universitario de San Marcos, que Guillermo levantó libro a libro, como si fueran los ladrillos de un gran edificio, hoy destruido, el poeta Nieto pasaba horas de horas, lupa en mano, siguiendo algún leve rastro con pasión de iluminado. Le obsesionaban en particular las páginas perdidas de Narciso Aréstegui, que él suponía extraviadas en aquella ruma de libros que «Guillermito» tenía catalogados sabe Dios por qué desconocido bibliotecario. Siempre pensé que ese afán de investigar viejos infolios no era más que un pretexto para hablar de personajes y gozar de la facundia y los excesos verbales del poeta sicuaneño.

Pocos valoran también la contribución del «Cholo» Nieto a la difusión y conocimiento de los autores cusqueños. Con su propio peculio se dio a la tarea de promover dos memorables festivales del libro, a la manera que Manuel Scorza lo hizo en Lima. Así salieron del rincón erudito y llegaron al lector común y corriente, títulos de la mejor poesía y novelística del Cusco. Los viejos y los nuevos, aquellos que hubieran extraviado sus voces para siempre, de no ser por el empeño de este hombre singular que vivía a la caza de pasos perdidos de la literatura. Grandes poetas como Alberto Delgado, Raúl Brozovich, Gustavo Pérez Ocampo, el propio Rafael Aguilar, y los de mi generación, hallamos cobijo en sus generosas páginas.

Concluyo esta evocación, feble y adecuada sólo para un acto de homenaje, con los versos del poeta Hernán Velarde, recientemente desaparecido que, en un arranque de inspiración y afecto, escribió este memorable dístico:

Quisiera que te mueras, Cholo Nieto,
para saber al fin cómo se llora de veras.

sábado, 6 de noviembre de 2010

YALE Y MACHU PICCHU

Yale debe devolver las piezas que Bingham se llevó con fines de estudio. El Perú debe lograr su retorno, por el simple hecho que nos pertenecen y no debemos bajar la guardia por dignidad.

El wayki Claudio Usandivares, gran defensor de nuestro patrimonio, nos hace llegar la siguiente caricatura de la pluma de Carlin.

martes, 2 de noviembre de 2010

Contacto de Lenguas y Castellano Andino

Julio César Chalco


El contacto entre lenguas (1) está presente en casi todos los contextos históricos de la humanidad desde la aparición del lenguaje oral. De modo que es lógico pensar que este contacto haya jugado un papel determinante en la evolución lingüística de todas las lenguas (Appel-Muysken, 1996). Partiendo del principio de Jespersen (2007[1922]: 208) de que “ninguna lengua está enteramente libre de palabras prestadas, porque nación alguna ha estado completamente aislada” podemos decir no existe lengua alguna que no haya interaccionado con las de su alrededor. Por ejemplo el contacto entre las lenguas germánicas y el latín vulgar dio lugar al nacimiento de lo que hoy conocemos como lenguas romances.

La aparición de estas nuevas lenguas fue el resultado de diferentes factores socio-históricos concretos: Por una parte las invasiones(2) de territorios determinados para provocar la pérdida de lenguas (sustrato lingüístico (3)) a favor de una lengua conquistadora (superestrato lingüístico). Y por otra, la convivencia mutua de dos o más etnias, o la vecindad de dos lenguas y culturas (adstrato lingüístico). Creemos firmemente que las invasiones romanas en la península ibérica, la ocupación de las islas Británicas por los anglos en el siglo V, la invasión española de América en el siglo XV, las violentas colonizaciones inglesas en la India o la conquista y expansión del imperio Inca en América (por citar algunos ejemplos) jugaron un papel preponderante en este proceso. Lo que supuso a la larga un desequilibrio que “repercute sobre los comportamientos bilingües: los que hablan la lengua dominante tienen menos interés o necesidad de aprender la otra lengua que los que hablan la lengua débil” (Siguan, 2003: 17) lo cual no deja de ser real y actual.

Los factores extralingüísticos como la cultura, economía y la política hacen que las lenguas en contacto asuman estatus dispares o idénticos. De ambos casos el más común es el que una lengua asuma un papel dominante en detrimento de la otra lo que supone una relación diglósica. También se da el caso en que la lengua dominada o sometida influya en la dominante, situación a la cual se llamaría influencia recíproca (Zamora, 1977) pero con una clara relación de dominación de la lengua de prestigio, por ejemplo el caso del la variedad Castellano Andino en el Perú que está muy influenciada por la gramática quechua.

La invasión española de América en 1492 produjo una serie de consecuencias que marcaron el rumbo de la historia de todos los países que fueron colonias suyas. El encuentro entre ambas culturas representó también el encuentro de varias lenguas y posteriormente el sometimiento de unas a favor de la otra. El proceso de transculturación que inició la corona española en favor de la lengua castellana significó la inevitable desaparición de muchas lenguas vernáculas que convivían con el quechua. Este proceso se produjo con mayor rapidez en la zona costera del país. El hecho de fundarse varias ciudades en la sierra significó una forma de estrategia para poder extender los dominios de la lengua castellana y la evangelización de los indígenas, pero la realidad mostraba lo contrario. El estrepitoso fracaso de dicha estrategia motivó la vuelta al uso de las lenguas vernaculares. Todo ello causó inevitablemente el nacimiento del castellano andino.

El término Castellano Andino fue acuñado por el lingüista peruano Rodolfo Cerrón Palomino en su libro homónimo. En el texto Cerrón Palomino (2003) manifiesta que la situación diglósica se dio debido a situaciones históricas relativamente excepcionales, empezando por la invasión española que implícitamente trajo consigo una política lingüística que no estaba dispuesta a respetar a la lengua de los invadidos. El aprendizaje de la nueva lengua implicó nuevas formas de discriminación y dominación que duran hasta nuestros días.

Para Cerrón Palomino el Castellano Andino es la variedad del castellano más extendida de nuestro país, que tiene como origen histórico y psicolingüístico el contacto del español con las lenguas originarias de esta región, principalmente el quechua y el aimara. Pero no solo está extendido en el Perú, como una suerte de coincidencia con los territorios que ocupan el quechua y el aimara, también podemos hallarlo en estas mismas regiones, desde el Ecuador pasando las fronteras de Argentina, Bolivia y Chile. Si bien su base es mayoritariamente castellana, recibe un gran influjo de estas lenguas particularmente en la zona rural y urbana marginal como es el caso de la zona sur andina del Perú.

Hoy en día, el castellano andino es la mayor variedad adquisicional del castellano que se habla en Sudamérica y ya nadie puede negarlo.

(1) En 1953 Uriel Weinreich publica Languajes in contact donde sentó las bases del estudio del bilingüismo individual y algunos conceptos como contacto, interferencia, interacción o calco.

(2) Algunos prefieren llamarlas “conquistas”.

(3) El libro de Frederick Jungermann (1956) Teoría del sustrato y los dialectos hispano-romances y gascones. Madrid: Gredos, es un muy ilustrativo para explicar estas cuestiones



Bibliografía

Appel, R. y Muysken, P. (1996). Bilingüismo y contacto de lenguas. Barcelona: Ariel.
Cerrón Palomino, R. (2003). Castellano Andino. Aspectos sociolingüísticos, pedagógicos y gramaticales. Lima: PUCP
Siguan, M. (2003). Bilingüismo y lenguas en contacto. Madrid: Alianza.
Zamora, J. C. (1977) “Interferencia recíproca: receptividad y productividad”. En Word XXVIII, pp. 132-138.