sábado, 23 de enero de 2010

Galeria Ollantina

EL CH’ILLICU MARIANO MEJIA AYALA

Por Ramiro Olazábal Gibaja

En los pueblos del Perú, siempre hay aficionados a la música, que muchas veces son virtuosos en la ejecución de su instrumento. Tal es caso de don Vicente Mejía de Ollantaytambo. Su afición a la música se manifestó desde muy temprana edad, tocaba el arpa, amenizando tanto fiestas familiares como religiosas.
De los vástagos que tuvo en su matrimonio con doña Antonia Ayala, el que heredó esta afición fue el hijo menor, el chana, Mariano, nacido aproximadamente en 1930. Empezó a tocar el instrumento a la edad de 6 años y a los 10 ya era un eximio intérprete. Tocaba, como todos los músicos de pueblo, al oído. En la escuela amenizaba las actuaciones cívicas, empezaba tocando el Himno Nacional y concluía con alguna tonada o un buen huayno. Más adelante se especializo en música folklórica. Cuando tenía 16 o 17 años, participó en un concurso de arpistas a nivel departamental promovido por Radio Tahuantinsuyo del Cusco. En ese certamen compitió con un famoso arpista de apellido Ccumpa, quien venía de las provincias altas, resultando triunfador.
Por los años 60 del siglo XX, participó conjuntamente con otros 4 músicos de diferentes partes del departamento en una gira por los Estados Unidos, la que fue organizada por una empresa industrial. Su base de operaciones fue Nueva York, donde fueron ovacionados por la gran calidad de interpretación de la música andina. Los comentarios abundaron en la prensa norteamericana.
Por esos tiempos se ganó el apelativo de ch’illicu, que es el nombre quechua de la cigarra y como son conocidos los arpistas en el Valle Sagrado. El ch’illicu Mejía y no taunticha, como también se les denomina, conforme pasaba el tiempo tocaba mejor. Parecía que sus dedos fueran plumas al tocar las numerosas cuerdas de su arpa, que el mismo las preparaba con intestinos de reses. Cuidaba a su domingacha, esa arpa con forma de pera hoy casi desaparecida, de manera especial, solo el la cargaba en sus caminatas hacia los lugares donde amenizaba una colorida fiesta.
En los siguientes años, en Ollanta conformo conjuntos de cuerdas con Rafael Orué, Exaltación Gibaja (guitarra), Julio Ojeda (mandolina) y otros músicos más. Eran infaltables en las reuniones familiares, fiestas religiosas, así como en los diferentes pueblos del entorno distrital.
Con el correr de los años, la música interpretada con el arpa fue su medio de vida, sin embargo, repentinamente se enfermó y nadie supo que le había pasado. Decían que había sido embrujado, que le había dado el machuska y lamentablemente, a pesar de recurrir a médicos y paqos, no se pudo recuperar. Falleció en 1971. El ch’illicu dejo de trinar, apagando las notas armoniosas de su arpa.

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