En el anterior número leímos una nota nostálgica del Dr Del Alamo, en la que nos llevó imaginariamente a los años 50 del siglo pasado, cuando Ollantaytambo era un pueblo apacible, donde todos se conocían, los niños ingresaban a las diversas huertas a treparse a los árboles de capulí, las puertas permanecían entornadas para permitir el ingreso de los vecinos, los profesores eran autoridades respetadas, los campos estaban cubiertos de plantas de maíz y papas en flor.
Si ahora recorremos las calles ollantinas, no encontraremos mucho de ese paisaje añorado. Numerosas casas se han convertido en hoteles y restaurantes, algunos de los antiguos moradores han decidido deshacerse de sus propiedades y ahora son habitadas por extraños. Las pocas casas de origen colonial han sido divididas perdiendo su morfología. Ahora no quedan ni rastros de lo que fueron. Zaguanes, escaleras y balaustres, han caído por los suelos. En su reemplazo se levantan muros de cemento, escaleras y ventanas con hierro.
Las chacras cada vez tienen menos extensión, muchos terrenos ahora están ocupados por nuevas construcciones, donde se acondicionan hoteles para recibir a extranjeros. Los árboles de capulí son cada vez mas escasos, los ch’ititis y chihuacos, ya no nos despiertan con sus trinos madrugadores. Los sapos ya no croan anunciando la lluvia. El maíz ya no se seca en los tendales, se vende en choclo, originando la falta de jora para elaborar chicha.
Ahora encontramos a empresarios ollantinos, con dos celulares en la cintura, despachando sus negocios a bordo de modernas camionetas. Los que no pueden pagarse un teléfono privado, pueden realizar sus llamadas desde los teléfonos públicos instalados en los locales comerciales y también desde los celulares que ofrecen algunas señoritas en la plaza principal. Sin embargo hay ollantinos que no pueden darse el lujo de efectuar una llamada telefónica, es muy caro para ellos y deben destinar todos sus ingresos para subsistir. Los precios de los productos agrícolas, nunca son buenos y ahora ya no hay trojes. Difícilmente se guarda algo de papas y maíz.
La plaza, donde antes solo dos veces al día paraban los vehículos que hacían servicio al Cusco, ahora se encuentra atiborrada de taxis, combis y toda clase de vehículos que salen a cualquier hora.
Los restaurantes han sacado sus mesas y sillas a las veredas. Es agradable sentarse ahí a tomar un refresco, una cerveza o degustar alguno de los muchos omelettes que ofrecen, pero ahora ya no podemos transitar libremente por las veredas. Por las calles nos encontramos con algún muchacho con su mandil de chef y por supuesto con muchos vendedores de artesanías.
Hablando de artesanías, la Plaza sagrada de Manyaraqui, es desde hace un buen tiempo un gran mercado. El espacio está lotizado, impidiendo una buena perspectiva de los importantes edificios que la circundan.
En vísperas de Todos los Santos, encontramos “tropas” de niños con distintos disfraces, unos con apenas una careta, otros con vestidos preparados especialmente y con extrañas mascaras de tela o plástico, festejando el Halloween importado. ¿El día de la canción criolla? No, en las calles ollantinas no se conoce esta fiesta.
La música que se escucha es diversa, hay rock, chicha, cumbia y también huayno. Los blues no faltan en algún pub concurrido por turistas.
Las escuelas se han multiplicado, algunas de ellas son particulares e incluso hay alguna que esta “especializada” solo en hijos de extranjeros. En Chillca, Patacancha y Huilloc, hay colegios, donde asisten numerosos estudiantes. El quechua, se sigue hablando, al mismo tiempo que el castellano y el inglés.
Lo que apreciamos ahora en Ollantaytambo, es un pueblo en proceso de cambio. Cambio que se viene realizando rápidamente, no solo en su morfología, también en su gente.
Si ahora recorremos las calles ollantinas, no encontraremos mucho de ese paisaje añorado. Numerosas casas se han convertido en hoteles y restaurantes, algunos de los antiguos moradores han decidido deshacerse de sus propiedades y ahora son habitadas por extraños. Las pocas casas de origen colonial han sido divididas perdiendo su morfología. Ahora no quedan ni rastros de lo que fueron. Zaguanes, escaleras y balaustres, han caído por los suelos. En su reemplazo se levantan muros de cemento, escaleras y ventanas con hierro.
Las chacras cada vez tienen menos extensión, muchos terrenos ahora están ocupados por nuevas construcciones, donde se acondicionan hoteles para recibir a extranjeros. Los árboles de capulí son cada vez mas escasos, los ch’ititis y chihuacos, ya no nos despiertan con sus trinos madrugadores. Los sapos ya no croan anunciando la lluvia. El maíz ya no se seca en los tendales, se vende en choclo, originando la falta de jora para elaborar chicha.
Ahora encontramos a empresarios ollantinos, con dos celulares en la cintura, despachando sus negocios a bordo de modernas camionetas. Los que no pueden pagarse un teléfono privado, pueden realizar sus llamadas desde los teléfonos públicos instalados en los locales comerciales y también desde los celulares que ofrecen algunas señoritas en la plaza principal. Sin embargo hay ollantinos que no pueden darse el lujo de efectuar una llamada telefónica, es muy caro para ellos y deben destinar todos sus ingresos para subsistir. Los precios de los productos agrícolas, nunca son buenos y ahora ya no hay trojes. Difícilmente se guarda algo de papas y maíz.
La plaza, donde antes solo dos veces al día paraban los vehículos que hacían servicio al Cusco, ahora se encuentra atiborrada de taxis, combis y toda clase de vehículos que salen a cualquier hora.
Los restaurantes han sacado sus mesas y sillas a las veredas. Es agradable sentarse ahí a tomar un refresco, una cerveza o degustar alguno de los muchos omelettes que ofrecen, pero ahora ya no podemos transitar libremente por las veredas. Por las calles nos encontramos con algún muchacho con su mandil de chef y por supuesto con muchos vendedores de artesanías.
Hablando de artesanías, la Plaza sagrada de Manyaraqui, es desde hace un buen tiempo un gran mercado. El espacio está lotizado, impidiendo una buena perspectiva de los importantes edificios que la circundan.
En vísperas de Todos los Santos, encontramos “tropas” de niños con distintos disfraces, unos con apenas una careta, otros con vestidos preparados especialmente y con extrañas mascaras de tela o plástico, festejando el Halloween importado. ¿El día de la canción criolla? No, en las calles ollantinas no se conoce esta fiesta.
La música que se escucha es diversa, hay rock, chicha, cumbia y también huayno. Los blues no faltan en algún pub concurrido por turistas.
Las escuelas se han multiplicado, algunas de ellas son particulares e incluso hay alguna que esta “especializada” solo en hijos de extranjeros. En Chillca, Patacancha y Huilloc, hay colegios, donde asisten numerosos estudiantes. El quechua, se sigue hablando, al mismo tiempo que el castellano y el inglés.
Lo que apreciamos ahora en Ollantaytambo, es un pueblo en proceso de cambio. Cambio que se viene realizando rápidamente, no solo en su morfología, también en su gente.
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