La peregrinación al Señor de
Qoyllurit’i, el Cristo campesino, de acuerdo a algunos entendidos es la más
grande que se produce en los andes. No es solo la peregrinación en sí, además
involucra una serie de actividades antes de la misma romerìa.
Así la semana anterior, es decir
entre el 20 y 25 de mayo, las diversas naciones que agrupan a los peregrinos
realizan sus novenas. La nación Tawantinsuyo, conformada por los carguyocs y
comparsas de los barrios del Cusco, se reúne cada noche en las parroquias
tradicionales de la antigua ciudad de los incas. San Pedro, San Francisco y La
Merced los acogen noche tras noche y son escenario de las misas novenarias de
los devotos, quienes acuden con sus comparsas, ya sean Ccapac Colla, Mestiza Coyacha o Contradanza, que antes y después de la misa
realizan sus coreografías, las cuales pueden durar hasta una hora como la de
los danzantes de Mestiza Ccoyacha, con quienes compartimos, en San Pedro, su música, su danza, sus ponches y su fe.
Acabada una de las misas salimos
del templo y, en el atrio se nos sirve un vaso de ponche de habas acompañada de
galletas, mientras en el cielo surcan raudas las luces de los fuegos
artificiales, iluminando la noche.
Los carguyocs y los danzarines
nos animan a volver al Sinakara. Pensamos algunos momentos y decidimos realizar este peregrinaje hacia el Cristo de
las Nieves, a la estrella resplandeciente.
Sábado 25 AM: aproximadamente a
las 10, parte de la Nación Tawantinsuyo, se reúne en San Pedro e inicia un
recorrido por Ccasccaparo, Calle Nueva y Concebidayoc. El cortejo está
encabezado por los estandartes de las comparsas, seguido por los Quimichos que
portan los pequeños altares y luego las diversas comparsas, entre ellas la de
los Ukukus, compuestas en su mayoría por jóvenes, hombres y mujeres, de los
barrios populares, que acompañados por sus conjuntos musicales avanzan ante la
mirada de los transeúntes.
Sàbado 25 PM : Nos dirigimos
hacia la Casa de la Juventud, paradero
de donde salen los vehículos hacia Mahuayani. En el lugar una gran cantidad de
vendedores de prendas de abrigo (gorros, chullos, chalinas, chompas, etc)
ofrecen su mercadería a los que no están preparados para el viaje. Nos habían
indicado que allí encontraríamos numerosos buses listos para partir, pero eran
las 10.40 y no había ninguno. Un solo camión con una comparsa estaba a la
espera de más pasajeros. Subimos a este?! Pensar en la incomodidad del viaje
hizo que avanzáramos algunos metros más. Encontramos un automóvil, cuyo chofer voceaba:
a Mahuayani! A Mahuayani! Y sin pensarlo dos veces nos subimos y salimos casi
inmediatamente.
Iniciamos el recorrido y
alcanzamos a dos camiones y dos ómnibus yendo al mismo destino. Nuestros
acompañantes, una pareja de jóvenes,
bien abrigados y con los rostros cubiertos se pusieron a jugar con la
ipod, mientras el joven chofer nos comenta situaciones graciosas y nos dice que
no podrá ir más rápido porque deben haber muchos vehículos en la ruta.
Así fue, poco a poco habían más
vehículos delante nuestro, a los más lentos los pasábamos. A eso de las 11.40 a
la entrada a Urcos, encontramos a un grupo de Pablitos, que en medio de la
oscuridad, antes de iniciar su viaje, formados en dos filas delante de una pequeña
capilla rezaban arrodillados. El consabido camión los esperaba a la vera de la carretera.
La plaza de armas de Urcos,
presidida por su magnífica capilla abierta, se encuentra llena de vendedores de
comida y la ropa de abrigo, además de algunos camiones con pablitos que hacen
sonar sus pequeñas botellitas. Sonidos fascinantes que nos transportan a otros
tiempos, pero el conductor apenas sobre para, aprieta el acelerador y el viaje
sigue.
Domingo AM: a eso de las 12.15 y
luego de subir la cumbre sorteando numerosas curvas, llegamos a Qosqoqahuarina,
desde donde se aprecian las luces de la ciudad que alguna vez fue “cabeza de
los reynos del Piru”. Ahí los pablitos descienden de los vehículos que los
transportan y elevan sus preces a los Apus solicitando permiso para transponer
el abra y llegar a Mahuayani.
Comenzamos a bajar hacia Ccatcca
y pasamos camiones donde algunos intrépidos pablitos subidos en las barandas,
con su estandarte en la mano y con el rostro descubierto de su huacollo, hacen
frente al frio viento de la madrugada, mientras nosotros con todas las ventanas
cerradas hundimos nuestras manos en los bolsillos de las casacas.
Luego de pasar varios poblados
con nombres que nos recuerdan al Cusco y el Valle Sagrado, a la 1.30 llegamos a
Mahuayani, donde encontramos un ir y venir de personas y por supuesto, a los
consabidos comerciantes de ropa y comida. Mates, café y caldos son los que nos
ofrecen y nosotros, por supuesto, que bebemos un mate de coca para calentarnos
y tomar fuerzas para la caminata, que la iniciamos a las 2am, llevando una
piedra en nuestra espalda como ofrenda al Apu para que juchaykuta
pampachinanpac.
Entramos en la pequeña capilla,
donde pedimos permiso para iniciar la marcha, seguidamente tomamos el camino.
Camino duro, empinado, a los diez metros ya estamos jadeando. Hacemos un kintu
y luego de echarle un poco de aliento nos llevamos a la boca. La coca dulce,
nos augura un buen viaje, pero el camino sigue siendo difícil. Cada pocos
metros hay que pararse a tomar aliento para continuar. Pasamos la primera cruz,
la segunda y luego la pendiente se hace menos abrupta y podemos mantener el
paso. Los peregrinos portan banderas, velas, ollas, leña. Van preparados para pasar
los días de fiesta.
En cada una de las cruces, los romeros se paran a rezar algunas
oraciones, los músicos tocan una tonada y se aprovecha para el descanso.
Avanzamos y cuando pensamos que ya estábamos en más de la mitad del camino,
vemos un letrero que dice, sorpresa! : km4….será que nuestros pecados son tan
grandes, tan pesados, que no nos permiten avanzar?...en el cielo la luna llena ilumina
el camino y los cerros adyacentes. Es realmente una noche maravillosa. Ya no se
siente el frio y seguimos avanzando. Volteamos la vista y podemos observar en
toda su belleza al Apu Ausangate y los nevados que la rodean. Ahora entiendo
bien por qué los andinos sentimos ese algo tan especial por los cerros, por los
Apus. El silencio, la soledad, la luz de la luna, el sonido del viento, nos
transportan a otras dimensiones.
Pero la música que sale de las
quenas, del tambor, así como los gritos de Jayo!!...Jayo!!!...Jayo!! nos traen
al presente y nos alientan a seguir con la caminata. Más adelante nos
encontramos con un par de personas con muletas, una de ellas no tiene una
pierna, entonces nos animamos pensando en el esfuerzo que deben hacer. Cuanto
puede el hombre si se propone!, cuantos obstáculos puede vencer en su
vida!...Jayo!!..Jayo!!..Jayo!!
Un padre le va contando a su hijo
la historia de Marianito Mayta. Del milagro de la aparición del señor de
Qoyllurit’ì, de los ukukus, de las danzas. Aguzamos el oído y el corazón.
Finalmente cerca de las 5am la gente se inquieta, a la vuelta de ese cerro es,
nos dicen. Dicho y hecho, volteamos y llegamos a un callejón formado por puestos donde numerosos
comerciantes nos ofrecen las alasitas altiplánicas. 30,000 dólares o euros a un
sol, con esos billetes se puede comprar lo que uno quiera. También hay casas de
vidrio, autos y camiones de diversos materiales,
entre otras cosas. Avanzamos y parece que la revaluación del sol también
avanza, ahora son 40,000 dólares por un sol.
Llegamos a la primera cruz, donde
los peregrinos y los danzantes hacen
reverencias y, ahí, con unción, depositamos nuestra ofrenda. Desde ahí vimos el
Kolkepunku. Apu tu que sabes del
discurrir de la vida como la de los riachuelos que bajan desde tus cumbres,
llévanos al camino del sol, de la luna, de la vida…
Vemos una fila de gente,
suponemos que es para ingresar al santuario y, si lo es. Calculamos que
tardaran una par de horas en lograr su cometido. Dudamos si ponernos en la
fila. Damos una vuelta y nos sentamos a descansar frente a la puerta del
santuario. Hay danzantes de Capac Colla, cuyos cantos enternecen. En el
yawarmayu los latigazos resuenan en el aire y luego de recibir y dar grandes
chicotazos, los danzantes se abrazan y continúan bailando. Chakiri!...Chakiri!
El sol se anuncia en las alturas
de las montañas. Los cerros se tiñen de oro, mientras que el frio arrecia.
Nuestros gorros y casacas están húmedos. Buscamos un lugar donde calentarnos.
Entramos en una carpa, donde se sirven los típicos caldos, mates, el arroz con
huevo, el asado de cordero. Escogemos un caldo caliente y más por el calor que
necesitamos que por ganas nos lo
llevamos a la boca. Entramos en calor, pero no podemos permanecer todo el tiempo
al lado del fogón, así que salimos y cruzamos el riachuelo que divide en dos la
hoyada. La yareta se hunde a nuestros pasos. Encontramos un lugar seco, unas
rocas. Nos sentamos y dormitamos por un
rato. El sol cae fuertemente en nuestros rostros. Algunos peregrinos preparan
el lugar donde armaran sus precarias carpas, hay muchachos que pasan ofreciendo
piezas de plástico para protegerse de la humedad. Hay color de trajes, hay humo
que sale de distintos lugares y hay música en todos lados.
Con los pies entumecidos avanzamos
nuevamente hacia el santuario. Los pablitos ponen orden, así como los miembros
de la hermandad, que vestidos con impecables casacas donde se luce en nombre de
un político en campaña, con sus amenazantes azotes dan instrucciones para el
ingreso al santuario. Nos percatamos que una de las filas es pequeña y nos
ponemos en ella, logrando ingresar. Al fin estamos dentro la capilla. También
dentro hay una fila hasta llegar al altar donde está la roca con la imagen de
Cristo. Al lado izquierdo se han puesto los altares portátiles, hay infinidad
de flores. Los pablitos apresuran a los fieles, quienes pasamos rápidamente
frente al Cristo. El ambiente subyuga, hay lágrimas, hay dolor, hay vida y por
qué no? también muerte, pero sobre todo
esperanza, ilusión, fe.
Apu Jesucristo, khuyaq sonqo
Tayta/ uyarillawayku mañakuskaykuta.
Salimos fortalecidos, con el
espíritu engrandecido, con calor en el corazón, portando un ramo de flores en
la mano. Luego subimos al santuario de la virgen, donde, al fin, pudemos encender una velas que nos encargaron. Su
chisporroteo alegra e ilumina la pequeña capilla, donde algunos peregrinos
dormitan y se calientan.
Subimos un poco más y llegamos a
la parte donde se realiza la compra venta de casas, carros, títulos universitarios,
etc. Buscamos quien venda felicidad, ofrecimos dólares, euros, trueque con camiones o casas, nadie
quiso desprenderse de ella o… tal vez no la tenían. Encontramos un señor cuya
lora, por un sol, sacaba un mensaje con la suerte que tendrías, así que aprovechamos
el momento y nos enteramos que era un hecho que no habíamos tenido suerte y que
esta cambiaría de forma completa. Lora sabia.
Mientras tanto la larga fila de
danzantes iba y venía desde el santuario hasta la capilla de la virgen. La
nación Paruro, con sus banderas y colores amarillos, se distinguía nítidamente,
con ellos estaban los antiguos sajsas, con sus máscaras de cuero de caprino y
sus bastones de achupalla.
Ya se habían celebrado algunas
misas y era medio día. El sol quemaba, pero el vientecillo traía el frio del nevado. Era hora de pensar
en el retorno. Antes, probamos un asado de res y conversamos con algunos
peregrinos. Mientras luchábamos con la dureza de la carne, vimos a nuestro
amigo Darío Espinoza, quien con el poncho de wayruru en el hombro paso raudo.
Salimos en su búsqueda, pero no lo encontramos. Sería realmente él?
Pagamos la cuenta, compramos un
cuadro del Señor de las Nieves e iniciamos el retorno bajo el inclemente sol.
El polvo nos acompañó todo el
camino como la música acompañaba a las comparsas que recién subían. Nos
encontramos con la Nación Urubamba, compuesta principalmente por los comuneros
de Chinchero, quienes con sus banderas verdes guardaban compostura. Mientras
nosotros bajábamos, sudorosos peregrinos seguían subiendo. Ahora el camino era
sencillo. Habíamos dejado nuestras culpas.
Llegamos a Mahuayani, tomamos un
carro, sentimos cansancio, sed de agua y de vida y emprendimos el regreso.
Qausaspacha kutiramusajku, wañuspaka manañachà. Ay
Taytallay…Ay Señorllay.
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