sábado, 19 de febrero de 2011

El artesano del surrealismo andino

Fernando Gonzales Olaechea, en la edición de El Comercio del 18 de febrero, escribe una nota sobre el artesano cusqueño Ronald Flores Matto.


Al entrar lo primero que uno nota es que todo tiene matices rojos. El taller de Ronald Flores Matto tiene una pared rosada que combina con la colcha sobre la cama que está en un rincón, con la chompa que lleva puesta, con pincelazos en algunos cuadros amontonados por ahí y con los tejados de la ciudad que se ven desde la ventana, en una de las últimas calles de San Blas, el barrio de artesanos de Cusco.

Desde acá arriba todo está como quieto. Menos Ronald.

Tiene 46 años y sabe que brillar como artesano en este barrio es complicado. Algunas cuadras más abajo están las tiendas y talleres de Mendívil, Mérida y Olave, míticos artesanos cusqueños.

Ronald es un tipo de artesano distinto. Como lo entiende el director de Artesanía de la Dirección de Comercio Exterior y Turismo (Dircetur) de Cusco, Víctor Hugo Pérez, la mayoría de los artesanos aprende de sus padres. Por lo general toman dos caminos. Algunos continúan el oficio paterno desde pequeños, repiten patrones artísticos y muchas veces dejan los estudios. Otros no ven mayor futuro en un trabajo que cada vez tiene más competencia y optan por algo medianamente rentable antes que la tradición. Ronald, que aprendió de su padre y a quien evoca cada vez que puede, no hizo ni lo uno ni lo otro. Cuando tuvo 18 años ingresó a la Escuela de Bellas Artes de Cusco. Se graduó en pintura y grabado, pero lo suyo es la cerámica y la escultura. Por eso ha ganado varios reconocimientos (varios premios nacionales Inti Raymi y una mención honrosa de Unesco en 1992) y ha llevado su trabajo a España, Alemania, México y Marruecos.

“Si no fuera porque tengo una casa más abajo (a dos cuadras de la plaza de San Blas) que alquilo, no podría vivir trabajando mi arte y tendría que hacer cosas comerciales”, dice.

Lo suyo son obras surrealistas donde lo católico y lo andino se mezclan vez tras vez. A él le gusta pensar que es parte de una escuela surrealista andina aunque esta no exista. “Tengo que innovar, que hacer algo distinto, pero sin traicionar lo que he heredado en arte y cultura”, afirma como justificándose. Lo dice serio.

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